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Mi primer trabajo como enfermera fue una campaña de vacunación contra la poliomielitis por toda la provincia de Valladolid; interesante experiencia que aún recuerdo: las caras de niños y niñas ante aquél terrón de azúcar con unas gotitas… y los muchos pueblos que visité a los que iba en el coche de sanidad; todo un acontecimiento para algunas localidades y sus habitantes y también para mí que me sentía una enfermera  importante.

Después de aquellos dos meses me incorporé al sistema hospitalario y luego a un centro de Medicina Nuclear donde viví una experiencia totalmente nueva y muy enriquecedora: la bomba de cobalto,  isótopos radiactivos, gammagrafías…;  fueron seis años estupendos en los que aprendí tantas cosas nuevas que no había visto en la carrera…, pero si tengo que enfatizar algo fue mi relación  larga e intensa con tantos enfermos y enfermas, la mayoría de cáncer y algunos demasiado jóvenes.

El miedo a la radiación que sobre todo tenían los que estaban fuera de ese ámbito laboral, y también mi familia,  (aunque la Junta de Energía Nuclear nos tenía perfectamente controlados),  me llevó a dejar el trabajo durante el tiempo que estuve embarazada y cuando mi hijo pequeño tenía unos meses,  recibí una llamada  de uno de los médicos de Oncología, que entonces era el  director de la escuela de ATS, en la que quería hacer cambios importantes, ofreciéndome trabajar en ella, “donde no había radiaciones”. Me incorporé rápidamente -febrero 1977-  empezando así mi andadura docente.

Durante más de treinta años he vivido dedicada a enseñar y a aprender.

En la Escuela de Enfermería, hoy Facultad de Enfermería, he tenido la enorme suerte de vivir los acontecimientos más importantes por los que ha pasado la Enfermería en este país: integración en la universidad, y lo que ello supuso de cambios en la docencia y la estructura académica y adecuación del profesorado.

Precisamente esta necesidad de adecuación como profesora me llevó a estudiar Historia y a lo largo de catorce años (5 de carrera, 2 de doctorado y 7 de tesis doctoral), compatibilicé mi vida como profesora y alumna. El resultado de ese esfuerzo fue, además de un premio extraordinario en la tesis, la incorporación a muchas actividades académicas: grupos de investigación, clases de doctorado, conferencias, publicaciones, congresos, reuniones…,  que no solo afianzaron  mi vida académica personal sino que hicieron visible a la Enfermería en las actividades nacionales e internacionales en las que participé.

Desde los distintos puestos de responsabilidad académica que he ocupado he podido defender los valores de la Enfermería y dar visibilidad al importante papel del trabajo que los profesionales realizan.

En esta pequeña historia de vida profesional, no quiero dejar de mencionar dos cuestiones: por una parte mi participación en la AEED que me dio la oportunidad de estar al lado de las enfermeras más importantes del país y donde encontré tantas y tan buenas amigas y amigos, que perduran en el tiempo.  Fue precisamente una de estas destacadas enfermeras, Milagros Herrero, la que me propuso para desempeñar uno de los cargos académicos  en los que estuve durante seis años, directora de una escuela del INSALUD, y que a pesar de que fue la responsable de que se integrasen en la universidad gran parte de esas escuelas, no se le reconoció a su muerte su aportación a la Enfermería.

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